CONSENSO IDEOLÓGICO, CENTRO POLÍTICO E IDEAS
Una crítica al mal llamado consenso político, su naturaleza y efectos
Alberto Rodríguez Cabrerizo 09/VIII/2020
Antes de adentrarnos en su análisis, definamos qué es el consenso. Según la RAE, es el “acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos”.
La definición, a mi entender, más cercana al ámbito político actual es la que se refiere al consenso como el área moral, económica y social que constituye el marco de legitimación del Estado frente a lo que cierto sentir social, por influencias previas, establece como aceptable o deseable de cara a unos dogmas de gobernabilidad y legitimación social.
Si nos ceñimos a su naturaleza esta no es estática, sino dinámica, aunque su dinamismo es bastante limitado y lento en el tiempo. A continuación, vamos a ver lo que grosso modo pueden ser las principales características de su comportamiento:
A) Se establece dentro de unas coordenadas estatistas. Es decir, el Estado mediante mecanismos como la educación, lobbies, medios de comunicación, etc., publicita ideas como correctas y establece una moral determinada. ¿Cuáles son las ideas? Aquellas que perpetúan su “existencia” y legitiman y alaban el papel del mismo, y todo esto acompañado de publicidad negativa y promoción de movimientos contrarios a los cuerpos intermedios, contrapoderes antimonopolistas y propiedad privada.
B) La oscilación del mismo, dentro de lo anteriormente mencionado, abarca desde posiciones autoritarias, liberales (que no libertarias), socialdemócratas, etc., pero siempre dentro de esas coordenadas que aseguran y promueven la continuación del Estado.
La oscilación del consenso durante finales del siglo XIX y a lo largo del XX ha ido en contra de la monarquía, su sustitución por el Estado republicano-democrático (en el sentido hoppeano) y el asentamiento de la socialdemocracia (desde los años 30) y la economía de síntesis neoclásica (desde los años 60).1
C) Lentitud transitoria. Al igual que las modas, el sentir social varía. Esta variación es lenta y normalmente condicionada a priori para que se llegue a un punto deseado, bajo una sensación de libertad de elección. Por consiguiente, el Estado presenta una oferta previamente calculada que da la sensación de satisfacción bilateral, cuando realmente es solo de una de las dos partes.
¿Cómo varía el consenso? Imaginemos una circunferencia donde unas bolas que se hallan en su interior representan a los individuos y estos, al igual que unos átomos sometidos a variaciones de temperatura y presión, tienden a agruparse y/o chocar contra la superficie de la circunferencia en ciertas coordenadas ante factores exógenos, lo que crea finalmente una figura irregular que toma su dirección, como si de una suma vectorial se tratase, hacia donde la mayoría apunta.
D) Preferencia temporal. El consenso, al ser temporal y variable, necesita satisfacer a ciertas áreas del espectro político antes de proseguir con su dinamismo, para así no provocar que el área a satisfacer ocupe zonas contrarias a sus intereses o que el lastre entorpezca o cuestione su movimiento. Para ello, se promueve una alta preferencia temporal, tan alta que solo existe el corto plazo y que económicamente se apoya en el keynesianismo y modelos similares. Un individuo con tan alta preferencia queda desprovisto de ahorro, inversión y, por ende, desarrollo. Todo esto conforma un individuo dependiente de forma absoluta del Estado y de sus limosnas (subsidios) previamente establecidas como buenas y de obligación moral, que constituirán un apoyo fiel y dinámico al Estado y contribuirán a que se consensúe como correcto.
El consenso es la dictadura ideal, disimulada y de sensación de libertad que, además, procede de una legitimación de la masa social.
El consenso, ese área abstracta, abarca una serie de principios e ideas que establece como correctos, los saca de todo debate o, en el mejor (dentro de lo peor) de los casos, estas ideas se debaten dentro de unos límites, los propios del consenso. Existe, por tanto, una disidencia controlada. Las ideas que quedan fuera de debate son aquellas que justifican e intentan legitimar al Estado directa o indirectamente.2 Por norma general, estas ideas suelen alejarse de la acción humana, orden natural y libertad. El motivo es la necesidad de desplazar el orden natural para que el Estado se convierta en un elemento moral absoluto, incluso científico, con capacidad para determinar qué es verdadero y qué no basándose solo en su poder. También se le puede ver como una moral que determina qué es válido y qué no mediante el señalamiento, acoso y derribo mediático de todo aquello que salga del consenso y se considere molesto o inadecuado.3
Otro sujeto que aparece en este fenómeno es lo que se denomina centro político, el núcleo y principal sustento del consenso. Si hiciésemos una serie de símiles con el centro, podríamos ver que es la nada en el todo, la definición de la indefinición. El centro es esa ausencia de ideas que nos habla de avance porque simplemente se deja llevar por la corriente y relaciona directamente que dicha ausencia es buena porque ni rema a favor ni en contra de lo establecido. En su imposicionamiento, incapacidad de debate y constante búsqueda de beneplácito por aquellos que dictan el consenso reside su inapropiada superioridad moral de sentirse en el punto de equilibrio pensando que este se mantiene gracias a ellos, cuando simplemente reposa por su inactividad, mientras que a su vez tachan de extremistas a cualquiera que se sitúe fuera de él por pequeño que sea este alejamiento.
Podríamos pensar que realmente la ideología del centro existe por sí misma y que defiende unos principios, pero si nos adentramos en el análisis de esta vemos que el posicionamiento no reside en unas convicciones emanadas del estudio con unos fines, sino que surge de un preacuerdo y evoluciona lentamente en dirección de lo que se va considerando apropiado por aquellos que dictan el consenso. El centro no es centro de nada realmente, puesto que aunque nosotros estemos en el centro de un móvil, si este se mueve, jamás estaremos en el mismo sitio, ni defendiendo lo mismo ni de la misma forma; no existen pilares sino unos principios de naturaleza nómada que vagan por el espectro político según las circunstancias establecidas. Jamás, desde el final de la IGM, el centro ha establecido una resistencia ante ningún suceso, y de ser así acabó en una abstención. Acataron la implantación o derogación de sistemas y medidas de toda índole, dejando latente la ausencia de unos pilares férreos ante los cambios. En definitiva, nunca fue un posicionamiento claro, contrario o diferente a lo establecido, lo que demostró el poco peso de sus políticas dentro de los diferentes sistemas.
En definitiva, se establecen como legitimadores del consenso y, por tanto, del Estado, aunque lo más curioso es que se enmascaran en una supuesta libertad que asocian a su vez al propio Estado. Esto se debe a que al hallarse en el centro del consenso, la sensación de poder desplazarse dentro de él se asocia con una defensa de la libertad, cuando esta viene ya determinada y demarcada por unos límites no sobrepasables que establece quién demarca el consenso.
Como he dicho, el consenso es el lugar donde no existe el debate de las ideas, se toman ciertas cosas por verdaderas y falsas, se establecen los márgenes de disidencia y se hace creer que existe una diversidad de pensamiento. Procedo a analizar las consecuencias de esto en la sociedad.
Una de las principales consecuencias es el surgimiento de un dogmatismo generalizado fuera de toda doctrina o estudio del orden y naturaleza. La verdad no necesita ser impuesta, ya que por su naturaleza y lógica esta se reconoce y es universal. Sin embargo, la mentira ha de ser impuesta de forma violenta por algún ente coactivo, en este caso el Estado, y mediante el consenso intenta su implantación acompañada de una legitimación alejada de cualquier cuestionamiento, lo que hace creer al individuo que si el conjunto (N) piensa de forma “X”, el “N-1” que piensa diferente es, por tanto, alguien que se equivoca, creando así una presión mediática que calla la disidencia.
El consenso es quien predica estos dogmas procedentes del Estado, propugnando así una moral y unos mandamientos alejados de todo orden natural y estableciendo, por tanto, a este como un ente moral por el cual legitiman su postura de consenso, ya que al Estado se le atribuye la capacidad de dictar lo falso y lo verdadero, lo bueno y lo malo...
La consecuencia de dar de lado al debate de las ideas y movernos en unas ideas preestablecidas y tomadas como absolutas (o casi absolutas) es abandonar lo que somos. La cultura occidental, la más libre, avanzada y rica, procede ya desde la tradición grecolatina del debate filosófico de las ideas y del desafío a la autoridad consensuada establecida. Tanto Jesucristo como Sócrates fueron condenados a muerte por sus respectivos Estados, resultado ambas del consenso emanado de la opinión pública, ya que ambos rompieron con lo establecido y, como sabemos, hay verdades incómodas, incómodas para la mentira consensuada.
El ejercicio del debate mediante la retórica socrática lleva al asentamiento e interiorización de conceptos e ideas, de sus argumentos y contraargumentos, siendo este junto con la lógica (filosóficamente hablando), orden natural y praxeología la mejor forma de acercarnos a lo justo y lo verdadero (aunque sea inalcanzable) y aumentando la capacidad intelectual del individuo y, por tanto, del conjunto de la comunidad. De esta forma, este se dota de un raciocinio que le llevaría a un estadio de madurez que le permitiese su prácticamente autogobierno y la capacidad de colaboración socio-económica con los demás para vivir en libertad.
Ante todo esto, el consenso actúa como un disolvente de la capacidad expansiva del debate y como estancador del mismo, ya que la disidencia controlada establece unos límites que no son sobrepasables y el “debate” (lo pongo entre comillas porque no merece ser llamado así) gira en torno a unas ideas ya preestablecidas con algunos pequeños cambios que surgen entre aquellos que dictan qué es el consenso.4 El consenso elimina toda necesidad intelectual de cuestionar, argumentar o contraargumentar en pro de una falsa sensación de conocimiento absoluto que procede de un supuesto pragmatismo y de una indefinición a priori. Por tanto, nos condena al estancamiento intelectual y moral, y da así a la posibilidad de la implantación de los dogmas del Estado, que, como resultado, conducen a una degeneración moral e intelectual donde la mediocridad es halagada y nos ha condenado a la situación actual.5
Supongamos que el Estado es legítimo y que es la base del consenso. Si el Estado tiene potestad legislativa, la legitimidad del consenso surge porque es base para la ley y a la vez la ley apoya lo que estos defienden (en el panorama español estos serían los famosos constitucionalistas). La propia existencia del Estado, el consenso y el poder legislativo forman un circuito de retroalimentación que lleva a que esas ideas ya estén amparadas y asentadas de forma bastante firme en el sistema. El caso más clarividente sobre esto son las leyes que legislan sobre la Historia, libertad de expresión o similares. Como conclusión, el consenso no posee legitimidad alguna, puesto que se apoya en el poder judicial de forma coactiva y, por tanto, este permanece por la fuerza, lo que le aleja de toda libertad posible y de cualquier acercamiento a la definición de consenso (la real).
Hablemos ahora sobre la gobernabilidad, esa baza que siempre sacan en defensa de su actuación, excusándose en que defienden lo que es útil y lo que funciona. Es cierto que el centro es pragmático, pero eso no es base para afirmar que es justo, legítimo o que funcione correctamente. Lo que ellos llaman la “realpolitik” se puede explicar fácilmente mediante un símil con un juego de mesa. Se establece el juego (consenso) y se crean una serie de reglas aplicadas a ese juego, llega el consenso a jugar y afirma que sus políticas son pragmáticas y reales porque simplemente aplica las reglas de ese juego. Es pragmático porque el qué hacer ya está previamente indicado o en caso de no estarlo se establece una analogía o se actúa como si de jurisprudencia se tratase. Siendo conocedores del sistema, lo que a futuro puede pasar se hace más predecible, pero, como ya he mencionado, esto no lo hace ni justo ni legítimo ni útil realmente. Tanto el consenso como el Estado tienen una preferencia temporal muy alta, por lo que su capacidad para considerar las consecuencias futuras o analizarlas es nula. Esto se debe a que estas surgen de un constante empeño por matematizar aquello que es incuantificable en su mayoría (excepto finanzas y contabilidad), ya que lo que se intenta delimitar procede de la acción humana y el orden espontáneo, en un intento de reducirnos a variables numéricas de una ecuación. Son los errores de cálculo que esto crea, en el intento de predecir el largo plazo, los que derivan en una problemática crónica a la que aplican siempre las mismas soluciones (preestablecidas), o simplemente llevan a cabo una pequeña variación, pero que a su vez emana del mismo sistema causante del problema. Si la problemática es causa del sistema y las soluciones del sistema incrementan esa problemática o tan solo no la resuelven, la retroalimentación es constante, ya que la cuestión de fondo es la naturaleza del sistema en sí y el empeño de su matematización para tener la forma de intentar dirigir y controlar la acción humana (fuera de toda praxeología). Por tanto, vemos cómo el pragmatismo en el que se excusan no es útil más allá de su fácil aplicación, y a largo plazo crea una problemática que se aleja de todo pragmatismo.
Como conclusión y a modo de resumen, el consenso es la anulación de la libertad, de uno de los pilares humanos del desarrollo tanto social como intelectual y cuya legitimación no es verdadera, ya que surge de una imposición coactiva procedente de la capacidad legislativa del Estado, la cual se atribuye alejándose de cualquier orden natural e intento de sometimiento al derecho. Esto da como resultado un escenario base de comportamientos predeterminados para su propia justificación.
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1-. Todo esto iniciado, de forma considerable, por la creación del “sistema de pensiones” de Bismark. En un inicio, al haber una cantidad de cotizantes mucho mayor que de beneficiarios dio a pensiones muy generosas y a un endiosamiento y sentimiento social masivo de aceptación de estas. Si tenemos en cuenta que es el impuesto más grande y que recibe un beneplácito generalizado, tenemos la hoja de ruta perfecta para considerar que es lo bueno en aras del poder estatal.
2-. Entendamos batalla o debate de las ideas como el conjunto de ideas sometidas a constante debate que pueden llegar a ser verdades de forma espacio-temporal mientras no se les encuentre contraargumento que las desbanque o se haya alcanzado la solución a la cuestión.
3-. Como señalaba anteriormente, el consenso es una dictadura, no política, sino mediática. El pensamiento único que se promulga desde los medios e instituciones insta a la masa a esa moral absoluta y se incita al señalamiento del diferente. Si a esto le añadimos una disidencia controlada, tenemos al argumentario ideal para hacer creer que existe cambio político mediante cambio de color.
4-. La cuestión de fondo es que la contraargumentación posible a la introducción de nuevas ideas en el consenso realmente es nula por parte de los perpetuadores de este, así que lo intentan justificar y lo añaden a su lista de dogmas.
5-. Otro punto es la alta preferencia temporal inherente al consenso. Al estar todo dado y ser prácticamente inmediato, esta se vuelve muy alta y condena al individuo a un infantilismo crónico y a la pérdida de autogobierno.
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